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Ángel, hasta pronto Campeón

Picture of Por:  Red Crucero

Por: Red Crucero

Publicado el 30 de julio de 2025

En un giro inesperado de la vida —que a veces emula las curvas más impredecibles de una pitcheada—, Ángel Macías, el inmortal lanzador del juego perfecto en la Serie Mundial de Ligas Pequeñas de 1957, ha completado su última entrada en el diamante de la vida terrenal.  

El cielo, paciente, lo esperaba. Y al fin reclamó a su Ángel, cerrando así, con dulzura solemne, el juego perfecto de su existencia.  

La noticia llegó como un batazo imprevisto que silencia el estadio. Dolorosa, sí, pero también luminosa.

Porque si bien la tristeza es ahora una casa llena, el legado de Ángel Macías es un home run que aún vuela alto, sin perder velocidad, entre las gradas eternas del recuerdo.  

Tuve la dicha de saludar a Ángel gracias a su eterno compañero, Pepe Maiz, uno de los “Niños Campeones del 57”.

Compartían más que historias: compartían la humildad de los grandes y la pasión que solo quienes han vivido una gesta saben transmitir.

Ángel jugó en la Liga Mexicana, sí, pero su verdadero juego comenzó después, cuando dedicó su vida a las Ligas Pequeñas, formando nuevas generaciones con el mismo fuego que encendió aquel verano glorioso.  

Pepe y Ángel no solo fueron coequiperos: fueron hermanos de causa, sembradores de sueños. 

En cada niño al que entrenaron, dejaron una semilla del béisbol limpio, noble, que se juega también con el alma.  

Hoy, Ángel deja el guante sobre la tierra. Se despide como vivió: con discreción, con nobleza. 

Fue un gran padre, un esposo ejemplar. Y hoy, desde las tribunas del duelo, sus hijas y su esposa lo ven partir… pero él no se ha ido del todo. Solo ha cambiado de uniforme.

Desde la lomita de una nube, volverá a lanzar la bola.  

Pepe me recordó, aquella escena que ha quedado grabada en la historia como una pintura que no envejece:

«Lo veía desde el jardín izquierdo… No pensaba nada. Solo pedía al cielo que no le llegara un batazo, que nada arruinara la perfección…”

Esa perfección que, casi 70 años después, sigue intacta.

Hoy, al darle el pésame por teléfono, no encontré palabras.

Pero él sí las tenía, como si vinieran de muy lejos:

«Ahora miro al cielo, no para que no  caiga el batazo, sino para decirle: ¡Hasta pronto, campeón!”

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