La economía mexicana avanza como esas películas deliberadamente lentas que algunos gobiernos defienden como cine artístico, con largas tomas, poca acción.
El problema es que aquí no se trata de arte ni de paciencia narrativa, sino de una política económica que se mueve con excesiva parsimonia mientras el país requiere más dinamismo, más inversión y mucho más empleo formal.
Los números no mienten.
De acuerdo con cifras oficiales del INEGI y del Banco de México, el país ha crecido en promedio alrededor de 1 por ciento anual en los últimos años, además, en este 2025, el crecimiento será casi nulo, con un 0.3 por ciento, de acuerdo a estimaciones del propio BANXICO.
Este ritmo de crecimiento está muy por debajo de lo necesario para generar bienestar y cerrar brechas sociales.
Organismos internacionales coinciden en que para absorber la demanda laboral y reducir la pobreza, la economía debería crecer al menos al 4 por ciento sostenido.
Esa diferencia es la que existe entre avanzar y quedarse atrás.
Este bajo crecimiento no es producto del azar ni exclusivamente del contexto internacional, sino que es consecuencia de un guion político populista, de modelos económicos que han demostrado que no son funcionales, de una política demagógica y de decisiones que han debilitado la confianza de los inversionistas.
La cancelación del aeropuerto por capricho presidencial, la inversión de miles de millones de pesos en obras que han resultado, además de costosas, de dudosa utilidad y de nula rentabilidad para el país; los cambios constantes en las reglas del juego con la elección de jueces, magistrados y ministros y reformas a la ley de amparo y a la ley de aguas nacionales, así como una obsesión por el control estatal ha terminado por frenar la inversión de la iniciativa privada.
La función continúa, pero el público, que somos millones de mexicanos, pagamos el boleto con empleos precarios, ingresos insuficientes y un futuro cada vez más postergado.
Avanzar en cámara lenta no es prudencia; es una decisión política. Y como toda decisión, tiene responsables.
México no necesita más explicaciones ni justificaciones, lo que necesita es un cambio de ritmo, un nuevo guion económico y un gobierno que entienda que el desarrollo no se decreta ni se narra: se construye con la participación de todos.
De lo contrario, seguiremos atrapados en una función interminable, en cámara lenta, viendo cómo el futuro nos rebasa, y las oportunidades se alejan.