En el concurso de los orinadores más certeros, los hombre se colocaban de pie y los jueces colocaban un hoyito para que ellos intentaran atinarle.
Un bato comenzó con el hoyo a un metro y le atinó sin problema… fue avanzando junto con otros finalistas, expertos en competencias internacionales.
Los expertos avanzaban y él avanzaba.
Cuando ya estaban como a cinco metros, el paisita saca su pizarrín y lanza el chisguete que aterriza como tres metros más allá del agujero.
Uno de los jueces dice…
-¡Falló!
El bato con el pizarrín en la mano le dice…
-¡No indejo!… ahí quiero que me pongas el agujero.
—
Un loco se paraba todas las mañanas en lo alto de un edificio y desde allá se ponía a mear… le mojaba la cabeza a la gente y cada que le atinaba a uno decía… ¡uno… dos… tres!
Así se fue y acumuló hasta el 499.
Entonces, la gente que pasaba por ahí comenzó a usar paraguas, para que el loco no los meara.
Un día iba un señor por la banqueta con su paraguas y se le acerca un tipo muy elegante y serio…
-Perdone… ¿por qué usa paraguas, señor?
-¡Póngase usted también uno!… porque allá arriba se para un loco y nos mea la cabeza.
-¡Ah!, perdón, qué pena… pero yo soy ese loco… me sometí a un tratamiento siquiátrico y me curé… mire, aquí traigo mi alta médica.
El hombre mira el papel y en efecto, es un alta médica para un hombre que tenía un trastorno compulsivo que lo hacía orinar a otra gente.
¡Ay menos mal!… el hombre cierra y baja su paraguas… justo en eso le cae un chisguete de orín en la cabeza y luego mira un montón de confeti volando, mientras él loco grita:
-¡Quinientos… quinientos!
—