La tarde en Paraguay tenía un aire solemne.
La Universidad del Norte de Tamaulipas, Global University entregaba el máximo reconocimiento que puede otorgar una institución: un Doctorado Honoris Causa.
Se preparaban con toga y birrete tanto quienes lo concederían
Autoridades, ministros, jueces, un gobernador, militares y un
La ceremonia prometía ser un acto de
Mientras tanto, en otra parte del país se planeaba una captura muy importante, que se ejecutaría pocos días después de la ceremonia.
Un comando policial afinaba los últimos detalles de un
Las órdenes eran claras: irrumpir en una residencia exclusiva y detener al
En el recinto, las palabras fluían con solemnidad.
Alguien destacó la labor del rector:
—De manera muy especial, quiero agradecer al Dr. Francisco Chavira, por su visión y por creer en la importancia de reconocer el trabajo y el esfuerzo que se hace en la comunidad.
Fuera de esas paredes, en cambio, las armas eran de fuego.
Con la primera luz del día, la policía irrumpió en el domicilio del capo.
Hubo gritos, golpes contra las puertas de la casa y luego
Durante la ceremonia, el rector subrayó la importancia de hermanar a los pueblos latinoamericanos desde la academia.
Los discursos hablaban de justicia social, movilidad
Los rostros mostraban sonrisas, había camaradería, abrazos y emociones
Tras la captura, las redes sociales reflejaban otra escena: policías y militares custodiando la operación consumada.
Paraguay mostraba así su rostro implacable frente al crimen organizado.
Fue entonces cuando recordé una cita que había mencionado en la ceremonia, del escritor
Y comprendí que, de alguna manera, estábamos justo allí: en el centro de la historia. En un mismo escenario —Paraguay— coincidieron dos tiempos distintos, pero igualmente decisivos: uno marcado por la voz de la educación, vibrante y colectiva; el otro, por el silencio y el sigilo de una captura histórica.
¿Coincidencia en Paraguay, o un cruce inevitable del destino?
