Luis Melgar Brizuela nació en Suchitoto, Cuscatlán. Salvadoreño, latinoamericano y muy universal.
De niño lo llevaron a un seminario; al tiempo se mudó de la ciencia de la teología a la muy cercana disciplina de la literatura.
Su fe por las letras creció en escuelas y academias, primero en La Patria y después en España y México.
Se doctoró en el Colegio de México, muy cerca del sitio arqueológico de Cuicuilco, en esa casa de libertad y cultura que debemos, entre otros, a Lázaro Cárdenas, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas y Silvio Zavala.
Allí obtuvo su grado con una espectacular tesis sobre Roque Dalton, el poeta asesinado por una estupidez.
Mexicanos y salvadoreños, salvadoreños y mexicanos, somos uno, somos latinoamericanos, y ello se percibe desde El Poemar, libro que en los próximos días se presenta allá por Coyoacán.
La edición es magnífica y sirve de marco a palabras que duelen y marcan.
La historia de nuestros pueblos es así: marca y duele.
Luis Melgar Brizuela, doctor en literatura hispánica, convierte el pasado y presente en Poemar.
El texto, como se dice en el prólogo de Luis Alvarenga, condensa 54 años de fe en las letras.
Los pasos de Melgar en la tierra se descubren en sus versos. Allí están los amores y afectos: la esposa, el pasado indígena, El Salvador, la libertad y la vida.
Conozco al autor por sus poemas, donde igual camina Mesoamérica, que Dalton o el “santito de los pobres”: Monseñor Romero.
Lo conozco en la inteligencia de Ivonne, su hija: rebelde en las ideas, pulcra en las letras, acuciosa buscadora de la verdad y generosa maestra con quienes la escuchamos.
Lo conozco porque estudié para profesor, igual que mi padre, y en la escuela normal me enseñaron a ser latinoamericano, a querer al poeta de nuestras tierras y a entender que la historia de México y El Salvador son idénticas, unas veces con los mismos nombres y otras con los mismos personajes.
Siempre con la amenaza del imperio, siempre bajo el peligro de las dictaduras y las masacres, siempre con el acecho de los demagogos y los oligarcas.
Para la presentación he leído y releído el texto.
Y hay un elemento que completó la cercanía con Melgar: las fotografías de la edición.
Son un recorrido que materializa las imágenes del lector sobre el poeta.
Desde la juventud con sus padres hasta un diciembre con sus hijas, y el recuento que pasa por un frío Madrid y el rostro sereno de quien enfrenta al jurado del doctorado en tierra azteca.
Dejó versos sobre Romero, el santo de los pobres y el que bien describe Melgar: “Y sin más ni más lo crucifican/ con una bala del tamaño de un corazón de Jesús / pero de verdad, no de estampa. / Por lo cual este Dios más bien trabaja oculto/ desde el corazón más tatú de la liberación”.