El día 22 de octubre, a los 96 años, falleció Gustavo Gutiérrez. Murió en su país, rodeado de sus compañeros y muy cerca de los barrios pobres que amó.
Le llamaban el padre de la Teología de la Liberación.
En el seno de una familia de clase media y con problemas de salud en su niñez, nace y vive en Lima.
A los 24 años decide hacerse sacerdote. Estudia en Lovaina, Lyon y Roma. Para 1959 se ordena.
Tiene como maestros a Lubac, Congar, Chenu y Ducoq.
En su formación se acerca a la obra de Rahner, Küng y Metz; pero también a la de los protestantes Barth, Moltmann y Bonhoeffer. Lector tenaz, se nutrió de Cervantes, Calderón de la Barca, Cesar Vallejo, Mariátegui y José María Eguren.
De regreso a Perú, le espera una parroquia en un barrio popular.
Funda el Instituto Bartolomé de las Casas, en Lima. Participa en la Asamblea de Medellín y en 1968, en su conferencia “Hacia una teología de la liberación», expone lo que será su aportación al pensamiento católico.
Gutiérrez plantea que la Teología de la Liberación es la respuesta cristiana a la injusticia que vive América Latina.
Señala la necesidad de la liberación de los pobres. La proclamación del Evangelio debe llevar a una praxis que elimine todo tipo de explotación.
Nos dice: “Dios se hace presente en la historia cuando el hombre lucha por su liberación”.
En la Teología de la Liberación el método es fundamental y comprende tres pasos: el análisis de la realidad social, con el apoyo de las ciencias sociales; la reflexión del Evangelio para ver qué aporta y las acciones que se derivan para transformar la situación de injusticia.
La proximidad de Gutiérrez con el pensamiento de Marx no fue del agrado de las burguesías y los grupos conservadores de la Iglesia.
Gutiérrez recibió 31 doctorados honoris causa y premio príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
Su relación con el Vaticano no siempre fue la mejor, pero Francisco le dijo alguna vez: “te agradezco por cuanto has contribuido a la Iglesia y a la humanidad, a través de tu servicio teológico y tu amor preferencial por los pobres”.
En la obra de Gutiérrez descubrimos que la lucha contra la pobreza radica en la liberación del hombre y el respeto a su dignidad.
Nadie, por miedo, engaño o necesidad, debe estar sujeto a la voluntad de otro y menos a la de un gobernante o partido. El peruano señala: “La pobreza no es una llamada a la generosidad, sino a actuar contra la injusticia”.
Del “peligroso” alemán dijo: “El análisis de Marx sobre la realidad social y económica nos ayuda a entender mejor el sufrimiento de los pobres y las raíces de la injusticia” y “Marx no es un evangelio, pero es un pensador que ayuda a comprender la realidad de los pobres”.