La llegada de un líder temperamental y pragmático a la presidencia de Estados Unidos marca el inicio de una profunda transformación en la geopolítica y la economía global.
Su visión, orientada a la defensa de los intereses estadounidenses sin concesiones, está redefiniendo las alianzas internacionales y los equilibrios de poder en el mundo.
Uno de los primeros gestos simbólicos de esta administración ha sido decretar un cambio en el nombre del Golfo de México, pero sus ambiciones van mucho más allá.
Ha manifestado su intención de adquirir Groenlandia y ha sugerido la posibilidad de incorporar a Canadá como un estado más de la Unión Americana.
Llama la atención la aparente indiferencia del Palacio de Buckingham ante esta declaración, a pesar de que Canadá es un miembro clave de la Commonwealth y ha sido un dominio británico desde 1867.
Sin embargo, las decisiones de mayor impacto podrían afectar directamente la estabilidad global.
El presidente Trump ha anunciado un polémico plan para reubicar a la población palestina de la Franja de Gaza en Jordania y Egipto, una medida que, según algunas fuentes, ya ha sido aceptada por estos países bajo términos impuestos por Washington.
Esta estrategia, lejos de resolver el conflicto, podría generar nuevas tensiones en Medio Oriente y reconfigurar, otra vez, el mapa político de la región.
Por otro lado, la guerra en Ucrania parece haber entrado en su fase final no por una victoria militar clara, sino por un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia.
Con el pretexto del agotamiento de la sociedad ucraniana y el desgaste político de Volodímir Zelensky, Trump ha decidido retirar el apoyo que la administración de Joe Biden había proporcionado a Kiev.
Este giro deja a Ucrania en una posición de extrema vulnerabilidad, permitiendo a Rusia consolidar su dominio sobre los territorios ocupados y cerrando prácticamente la puerta a una posible adhesión ucraniana a la OTAN.
Para los ucranianos, este desenlace podría significar una amarga derrota, con el riesgo de que, en el futuro, resurjan conflictos aún más violentos.
Pero la política exterior de Trump no se limita a Europa del Este y Medio Oriente.
Su administración ha intensificado la guerra comercial con China, ha reducido el respaldo a la OTAN y ha impuesto nuevos aranceles a productos importados, buscando reforzar la economía interna a expensas del comercio global.
Además, ha reiterado su postura de alejarse de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, el Acuerdo de París y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, evidenciando un repliegue de Estados Unidos del multilateralismo.
Estamos ante una transformación del orden mundial.
Mientras algunos ven en estas acciones un intento por devolver a Estados Unidos su hegemonía absoluta, otros advierten que podrían desatar una era de mayor inestabilidad y conflictos impredecibles.
El tiempo dirá si este nuevo esquema traerá paz y seguridad en el planeta o si, por el contrario, será el preludio de nuevas crisis globales.