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La foto que no tomé: Iker y Benito

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Por: Red Crucero

Publicado el 24 de diciembre de 2025

Llevábamos ocho horas ahí, suspendidos en la espera.

A mis 55 años, me tendí en el suelo para leer, en mi celular para intentar descifrar entre líneas la poesía de un hombre que muchos juzgan mal, pero pocos escuchan porque es difícil entenderlo cuando canta,  solo hay que sentir la energía de Bad Bunny. 

Mientras los jóvenes a mi alrededor desbordaban una vitalidad frenética,  intentaba ser un «vampiro energético», robándoles un poco de ese fuego para que mis rodillas y la planta de mis pies no recordaran el peso de los años.

Entonces, las luces se apagaron y el estruendo de miles de almas nos devolvió a la vida.

Benito apareció y las notas de «La mudanza “, canción que habla de su linaje rasgaron el aire. «Gracia’, mami, por parirme aquí… Gracia’ a mami y papi por to los jalón de oreja'». “Un aplauso pa mami y papi porque en verdá rompieron”. Al escucharlo, no pude evitar mirar a Iker, mi hijo de 15 años,  por quien fui al concierto.

Lo vi ahí, a unos metros de esa «casita» uno de los dos escenarios, defendiendo su esencia con el mismo orgullo que el boricua defiende su isla.

Iker volvió a su origen.

Él nació en esta CDMX, aquí dio sus primeros pasos, y en su mirada brillaba ese nacionalismo heredado; una mezcla de la sangre de su abuela Socorrito, que nació en esta misma ciudad, y el temple de su abuelo Octavio, que le ha enseñado mucho de historia.

Cuando Benito cantó: “De aquí nadie me saca, de aquí yo no me muevo / Dile que esta es mi casa, donde nació mi abuelo”, sentí que la canción no era de un extraño, sino un himno propio.

Era la historia de las raíces que no se doblan, de la familia que nos sostiene y en este México, Puerto Rico y Latinoamérica que se ve invadido por las ideologías del norte.

Frente a nosotros, en la casita, a unos metros,  el «Conejo Malo» se despojó de la parafernalia.

Con un conjunto Adidas, simple y terrenal, se sentó en cuclillas, se paró de perfil.

Se quedó inmóvil como una estatua de mármol, simplemente mirando al público, dejando que la energía fluyera desde su cuerpo hacia nosotros.

En ese magnetismo también lleno de erotismo y con algo de sagrado, mis dolores desaparecieron y más al ver a Iker casi rozar la mano de su ídolo.

Entendí que Bad Bunny no es solo un cantante ; es una fuente de poder capaz de revitalizar a un hombre de mi edad y de darle un norte emocional a un adolescente.

Me enganché con «Baile Inolvidable».

¿Cómo no hacerlo? «La vida es una fiesta que un día termina / Y fuiste tú mi baile inolvidable».

Benito sentenciaba lo que  ya sabía: que mientras uno esté vivo, debe amar lo más que pueda.

El final se acercaba y nos movimos hacia un espacio más abierto, buscando la salida pero sin querer soltar el momento.

Entonces sonó «DtMF» (Debí Tirar Más Fotos).Debí tirar más fotos de cuando te tuve / Debí darte más beso’ y abrazo’ las vece‘ que pude…”

En ese instante, el estadio desapareció.

Ya no estaba en el GNP, estaba en mi infancia.

Recordé a Don Roberto, mi padre, y a Doña Julia, mi madre. Busqué sus rostros en el cielo nocturno de la ciudad mientras la voz de Benito nos pedía lo imposible en estos tiempos: «Dejen sus celulares por un momento, abracen a la gente que tienen al lado. Este momento es irrepetible».

Como un abrazo que detiene el tiempo.

Giré y abracé a Iker.

Lo apreté fuerte, sintiendo que en él viven todos los que se fueron.

Mi hijo,  se parece mucho  físicamente a su bisabuelo Enrique (el padre de mi madre Julia), La luvia cayo un poco en mis ojos , quizás por las fotos que no tomé, pero sobre todo por la bendición de estar ahí, vivo.

El concierto terminó, la música se apagó, pero el abrazo de mi hijo, bajo el eco de la última canción de Bad Bunny en México, se quedó grabado en mi memoria como la foto más perfecta que jamás podré tomar.

 

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