“Te regalo cada sueño que logramos conquistar/ No, me voy/ Crecimos de la mano, jugando sin jugar/ Hicimos una historia sin pensar en el final/ A veces, miedo, pero aprendí a volar/ Hoy, préstame tus alas que no quiero aterrizar/ Mil gracias por tus brazos… No me voy/ Si me amarras a tu corazón, por siempre/ No me voy.” Con la canción del grupo OV7, se terminaba la fiesta de graduación de primaria de Gabriel mi hijo de 12 años, del colegio Formus generación 2018- 2024.
Un sexenio juntos, la mayoría compartieron los seis años. Eran pequeños aventureros, con la curiosidad al llegar a primaria, con sus voces y sus risas muy agudas, queriendo aprender los secretos del alfabeto, los misterios de los números, las aventuras de la geografía e historia. Después, de seis años estos mismos niños se han transformado en adolescentes. Sus cuerpos han crecido, sus voces, un poco mas graves; listos para navegar en los mares de la secundaria pero llevando consigo aun el brillo de la infancia.
La fiesta de graduación fue una gran celebración cargada de alegría, pero con una gran nostalgia. Fotos y videos que trasmitieron en una gran pantalla desde sus primeros años en el colegio hasta su última gran aventura, de sexto año, cuando se escaparon a un campamento en las montañas. El salón estaba dividido por la pista de baile. De un lado, la diversión al máximo: la mesa de los preadolescentes, con juegos inflables, máquinas para fotos instantáneas y comida “chatarra” que los hacía más felices (palomitas, tostitos, elotes, etc.) Del otro lado, la nostalgia, las miradas llenas de orgullo de los padres de los chicos. Las mamás, elegantes, como si fueran ellas las mismas graduadas. Quizás el momento más sensible para los papás fue bailar con su princesa, mientras las madres, con gotas de agua salada en el rostro, bailaban con su bebé que salió de su vientre.
En otro día se celebró la graduación formal, la entrega de documentos, en el gimnasio del colegio. El ambiente era diferente, más añoranza que diversión. La directora, Úrsula, una mujer entrañable y octogenaria, con gran sabiduría, ofreció un discurso memorable. Contó cómo las águilas hacen sus nidos en lo más alto de las montañas y, cuando los aguiluchos nacen, poco a poco van deshaciendo el nido hasta que las pequeñas aves se ven obligadas a emprender su vuelo, siempre con la gran águila vigilando desde abajo. Así era hoy para nuestros hijos de primaria, que volarían hacia la secundaria, dejando atrás la ternura de la niñez para dar paso a su adolescencia más atrevida.
Entre esas reflexiones y mientras cada uno de los niños pasaba al frente a recoger su diploma, pensaba en la coincidencia de los graduados. Era el 2 de julio, cuando por última vez estarían en primaria. Hace seis años, cuando ellos llegaban, AMLO, había ganado la presidencia. Ellos vivieron ese sexenio, de cambios radicales en el plan educativo que causó tanta polémica. Esta generación sufrió una pandemia, y por primera vez tuvieron que tomar clases a distancia. Ellos se van y se despiden, al igual que lo tendrá que hacer el presidente López Obrador. En estos seis años, tanto los niños como el país han experimentado transformaciones profundas, dejando atrás una etapa para enfrentar nuevos desafíos.
Otro gran momento fue la despedida Rogelio, uno de los amigos de mi hijo Gabriel, se despidió de sus compañeros, porque no estará en el mismo colegio, dejando una estela de abrazos y fotos. Pienso que al igual AMLO también enfrenta su adiós, dejando tras de sí el eco de sus mañaneras y la nostalgia por el poder. Ambos, los niños y el presidente se despiden de una etapa llena de retos y cambios, sintiendo la tentación de decir “No, me voy” pero sabiendo que deben seguir adelante hacia nuevas aventuras.