Son solo nueve pasos, y llegas al pasado.
Entras, y ahí están los fantasmas: la cerveza helada que te sirve un cantinero de barba blanca, con un aire fantasmagórico; las mesas de billar donde solían apostar el futuro, los dólares que aún no se ganaba, pero ya soñaban cruzando esa frontera, de Ciudad Juárez, antes llamada Paso del Norte.
Hace unos días estuve en esa ciudad fronteriza con unas mujeres maravillosas, que intentan borrar las huellas del pasado oscuro de Juárez — una ciudad conocida internacionalmente por “las mujeres de Juárez”-, donde, durante años, ser mujer fue sinónimo de vulnerabilidad, donde, en el desierto, cada amanecer encontraba cuerpos mutilados.
Hoy, la asociación civil RENACE y Vive Mujer A.C. luchan, junto con las autoridades locales, para apoyar a las mujeres de Juárez: les ofrecen defensorías jurídicas, actividades para erradicar la violencia de género, y herramientas para el emprendimiento.
Buscan generar una economía circular, donde ellas puedan renacer, convertirse en versiones más fuertes y libres.
Mi recuerdo de Juárez viaja a unas décadas atrás, cuando incluso se llevó a escena una obra de teatro sobre la tragedia: “Mujeres de arena”, de Humberto Robles. En ella se hablaba de los feminicidios, de los gritos ahogados en la arena, de esa ciudad dolida que hoy, poco a poco, va dejando atrás la oscuridad.
Ya por la tarde-noche, recorrí las calles del centro, precisamente la calle Juárez, que lleva directo a uno de los cinco puentes fronterizos. Ahí se ve a los paisanos de regreso, y a cientos de mexicanos que van y vienen: de día trabajan allá, en el norte, y de noche regresan a su tierra, como si cruzar fuera apenas una pausa entre dos mundos.
La vida nocturna ha regresado a Ciudad Juárez. Me detengo frente a un mural del hijo pródigo: Juan Gabriel. Pregunto por el famoso “Noa Noa”, pero también ahí solo queda el recuerdo, como el mismo cantautor, que cruzó más allá de todas las fronteras, hasta las mismísimas estrellas.
Entro a la cantina que dicen ser la cuna de las margaritas —esa bebida con tequila que tanto enloquece a los extranjeros, especialmente a los gringos que cruzan para deleitarse con ella
y con nuestras cervezas heladas. Ahí estoy, en “el Kentucky”, donde el mobiliario conserva el alma de principios de 1900.
Y salgo ya con la noche saludando, y a solo – literal- nueve pasos de la frontera esta la primera cantina que encontraban los gringos y donde los mexicanos se despedían de su país: “La Cucaracha”, una cantina antiquísima donde se bebía, se jugaba billar, y los músicos tocaban en vivo. Ya cuando me iba, la radiola sonó: Que triste se encuentra/ el hombre/ Cuando anda ausente/ Muy lejos ya de su patria… Paso del norte.