Mauricio fue parte de un esfuerzo que inició doña Márgara, su madre, por darle a esta tierra indómita y trabajadora, la sensibilidad que regala el Arte a quien lo conoce.
La memoria de Mauricio no requiere de guardias de honor, ni sirenas abiertas al paso de sus cenizas.
Sería bueno que quienes montan guardias de honor se detuvieran un momento y se atreviesen a honrar la memoria de ese hombre.
¿Cómo?
Verá usted: Hay un Gobernador que disfruta promocionar conciertos buchones, de berreadores de corridos «tumbados»… un gobernador que le rompe la abuela a un corredor de esculturas en el río Santa Catarlna.
No… no haga declaraciones hermosas sobre Mauricio.
Mejor vaya al Tec de Monterrey para impulsar la temporada artística de la Sociedad Artística Tecnológica, que hace varias décadas nos trajo a Plácido Domingo para interpretar Sansón y Dalila… que nos trajo al Ballet Bolshoi.
Hay un empresario llamado José Antonio Fernández, mandamás en el Tec de Monterrey… ese Tec que años atrás nos trajo a ex presidentes de España… a estadistas… que impulsaba el pensamiento con pláticas y conferencias de altísimo nivel en la Cátedra Alfonso Reyes.
No se requiere hablar de Mauricio para cumplir…
Se requiere retomar la vocación empresarial que impulsaba las mejores condiciones para generar pensamiento constructivo, como lo hicieron don Roberto, don Eugenio, don Alberto.
Cuando Mauricio parte se va un ser humano con virtudes y defectos… todas ellas y todos ellos tan grandes como la grandeza de quien los albergaba.
Yo me quedo con las virtudes.
El tema dejará de ser noticia… sus hijos seguirán en el anonimato bienhechor…
Pero esta ciudad, beneficiario de esa vocación mauricista, requiere de que quienes pueden, tomen ese legado y lo saquen del baúl.
Las guardias de honor y las sirenas se terminan y se apagan.
Sin embargo, esta ciudad clama por líderes que nos regalen el derecho a pensar, sobre todo en un país en que pensar es ya un delito.
Dencanse en Paz Mauricio… pero que su Pensamiento no… no lo haga; ni dejemos que lo haga.
