La democracia moderna, cuyo origen se remonta a finales del siglo XVIII en los Estados Unidos, ha pasado por etapas de consolidación y retroceso a lo largo de la historia.
Durante décadas, el número de países con sistemas democráticos en el mundo no superaba los 40. Sin embargo, en 1974 comenzó la tercera ola de democratización con la Revolución de los Claveles en Portugal, movimiento que derrocó la dictadura autoritaria liderada por António de Oliveira Salazar y su sucesor, Marcelo Caetano.
Este evento marcó el inicio de la transición democrática en Portugal e inspiró a ciudadanos de otros países a continuar con esta ola democratizadora. Ejemplos notables incluyen a España, tras la muerte del dictador Francisco Franco; Grecia, con la caída del régimen de los «Coroneles»; varios países de Europa del Este, como Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Rumanía, junto con la pacífica Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia. La disolución de la Unión Soviética y la independencia de los países bálticos, la tercera ola terminó finalmente, con la independencia de Timor Oriental.
En 2010, otra ola democratizadora sacudió al mundo con la Primavera Árabe, impulsada principalmente por las redes sociales y una juventud deseosa de cambios. Países como Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Siria y Baréin experimentaron protestas y transformaciones en sus sistemas de gobierno.
De acuerdo con el Índice de Democracia Global 2023, de los 167 países analizados, Solo 24 países (8% de la población mundial) son democracias plenas. 50 países son democracias defectuosas, entre ellos Estados Unidos, mientras que los 93 países restantes se dividen entre regímenes híbridos y autoritarios. México se clasifica como una democracia híbrida.
El informe también concluye que en 2023 disminuyó el número de democracias, mientras varios países, como Venezuela y Nicaragua, regresaron a prácticas autoritarias.
En México, hemos transitado de una democracia con partido hegemónico, dominado por el PRI, hacia una democracia plural. No obstante, hemos vuelto al dominio de un partido hegemónico, esta vez representado por Morena.
El principal enemigo de las democracias son los propios ciudadanos, quienes, influenciados por la desinformación en redes sociales, la persistente desigualdad económica y la corrupción, terminan apoyando gobiernos autoritarios que implementan políticas clientelares similares a las de las décadas de 1960 y 1970 en nuestro país, que creíamos haber superado.
Construir una democracia es un proceso largo y complicado, pero destruirla puede ser alarmantemente fácil. Por ello, como ciudadanos, tenemos el deber ineludible de protegerla y consolidarla.