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El valiente Raysulí… mi cobarde Raysulí

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Por: Red Crucero

Publicado el 18 de febrero de 2025

Raysulí, dijo mi madre… ¡Raysulí será!

¿Un perro llamado Raysulí?

Hijo de La Colina, una perra negra con manchas blancas cuyo tatarabuelo era un labrador legítimo, pero auténtico chile suelto… se mezcló con cuanta perro en brama cruzó por su camino y de ahí fueron saliendo estos adefesios… mezcla de mezclas y nobleza única.

Largo el hocico y grandes los ojos… miraba con ese gesto humilde que nunca exigió.

«¡Vamos a pelearlo!», dijo Chibirico, pero la frase murió en sus labios gracias al certero coscorrón de Raúl Chirinos, el primo grande… mayordomo de las buenas costumbres en la familia.

-¿No ves que el animal está tiernito?… pedazo de cochinada apestosa.

Yo leía en los inspiradores libros de la biblioteca infantil, historias de perros heroicos que enfrentaban lobos o coyotes… que hacían huir a los pumas en defensa fe sus niños amo.

Pero mi Raysulí era de otro talante… a la hora de huir de un chancho bravo me mostraba el camino que su instinto le ordenaba.

No era el del ladrido intimidante, sino el del aullido, mitad pavor y amitad alarma.

¡Auuuuuu…. auuuuuuuu!

El aullido de Raysulí rompió la calma y el sosiego de aquella soporífera tarde veraniega.

Yo estaba echado abajo del árbol de aguacate, con el torso desnudo y descalzo… nomás el pantaloncillo trunco por todo el atavío.

Me estiré… bostece y no me da pena decir que en el clímax del relax solté un sonoro pedo…

No sé si fue el pedo o qué… pero en sincronía con la trompetista brincó de entre las piedras una coralillo que charoleaba como los caleidoscopios al roce del sol.

Checherengüe venía llegando al paraje de la hueva cuando vio la coralillo, y se quedó tieso.

Raysulí aullaba y pegaba de brincos en círculos… como que quería correr y no.

Entonces enmedio del zacatal y de unos quelites de puerco, vi la razón por la que Raysulí no salía huyendo… ahí estaban esos dos ojos como centellas del gato montés, que decían, ya se había zampado tres o cuatro borregos en el corral de don Nato Cara de Gato.

Ora sí que San Cuilmas nos ampare…

O me pica el coralillo o me despelleja el gato.

Por fortuna, el aullido de Raysulí llegó a donde tenía que llegar si es que de esa lográbamos salir.

Apareció El Negrón, mi amado y sabio padre, camiseta de tirantes, pantalón de dril y bota minera desatada de agujetas.

Levantó el machete amenazante, y el gato maulló para salir brincando entre la maleza con rumbo a los breñales del arroyo.

Después dos zumbidos del machete… ¡Zum-Zum!… y dos pedazos de culebra volaron por los aires.

Checherengüe tomó un piedrón y aplastó la cabeza del coralillo…

La vida me volvió y el color chocolate volvió a mi rostro descompuesto.

Mi padre acarició a Raysulí en la cabeza… «Salvaste a mi flaco».

El perrito temblaba…

De entonces a Raysulí no se le dieron sobras ¡qué va!, pura pata y pescuezo de pollería la Sandrita…

Cuando le servían volteaba a verme y empujaba hacia mi el planto… con la cabeza humillada.

Era su forma de mostrar gratitud por mi silencio de jamás hablar de aquella tarde con el ingrediente de que Raysulí aullaba de miedo, no de fiereza.

Murió de viejo, a los 14 años, cuando yo había salido de aquel paraíso tropical hacia mi anorado norte.

Murió de viejo, y la historia de su acto heroico le acompañó hasta el último de sus días.

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