La viejecita aquella acude a la comandancia de policía en la que tienen a varios sospechosos de robar en su casa varios centenarios y joyas de gran valor.
La dulce ancianita medio abochornada dice…
-Mire ofichial, lo que pacha esh que yo eshtaba medio adormilada y cuando escuché ruidosh en mi recámara extendí la mano… ¡y rechulta que el ladrón echtaba deshnudo! Yo creo que para no hacher ruido.
“Muy bien… entonces no puede identificarlo por sus rostros”.
-No cheñor polichía… por la cara no, pero cuando echtendí mi mano le agarré los hueeee… ¡vos entendés!… y creo que chi che losh tocó, lo puedo reconocher.
El jefe de la policía hace una llamada y recibe autorización para hacer la diligencia del tacto…
Así que ponen a los vatos en canicas parados con un pie en una silla y el otro en otra, mientras la viejecita pasa por debajo de ellos y les revisa meticulosamente las gónadas.
Pasa media hora y la viejecita sigue viendo las pelotas de los vatos… y nada.
Las mira de cerca, las huele, se las pone en la mejilla y suspira…
El comandante le dice…
“Yo creo que no va a reconocer a ninguno… mejor cerramos esta diligencia”.
-¿Cómo?, pregunta la ancianita.
“Que no ha podido reconocer a nadie”.
-¡Ah, no!… claro que ya reconochí al ratero, es el número dos…
“¿Y por qué no nos lo dice, madrecita santa?
-“Esh que eshtoy eshperando que venga mi nieta con mi teléfono… ¡Pa tomarme una chelfie!
—
El tipo llega a su casa cansado, y antes de dormir busca sus pantuflas debajo de la cama y descubre a un bato en calzoncillos allá abajo.
“¡Matilda!… ¿ me puedes decir qué hace este hombre abajo de la cama?
-No sé…
“¿Cómo que no sabes?”
-Pos es que no sé qué haga allá abajo, porque acá arriba… ¡hace maravillas!
—
¡Che vieja pécora!
