En días pasados, un general de brigada fue víctima de un explosivo que se le arrojó desde un dron. No es la primera vez que el crimen utiliza estos artefactos, pero no hay antecedente de un ataque dirigido a un mando del Ejército de tan alta graduación.
En un camino cercano a San Fernando, Tamaulipas, un grupo de agricultores voló por los aires cuando su camioneta pisó una mina terrestre. Los acontecimientos parecen sacados de una guerra entre naciones. La realidad es distinta: la violencia es la cotidianidad en la mayor parte del país.
El éxito de Morena no radica en eliminar la violencia, más bien en instalar una narrativa que la invisibiliza y la lleva a la normalidad. Para ello, igual se esconden cifras, se generan bolas de humo o se minimizan los acontecimientos. El mejor activo del régimen son sus propagandistas que, en medio de la debacle en seguridad o economía, tienen convencida a una parte de la población de que toda marcha “requetebién” y que vivimos en las condiciones sociales de Dinamarca.
Para instalar la realidad alterna se usa de todo: la televisión del Estado, antes cultural, hoy es un espacio de propaganda, porras y matracas. En las redes abundan los gavilleros digitales, que linchan a los opositores o generan fantasías y placebos para los radicales proclives al régimen. De los medios salen, por la buena o a la fuerza, los analistas serios e informados y sus lugares los ocupan militantes que, en lugar de argumentos, repiten mantras.
La estrategia llega a su culmen cuando la sociedad se polariza y se consolida un país de buenos y malos. En esa lógica, el régimen encuentra a quien culpar de los males y fracasos. Como en otras sociedades con signo autoritario, quienes llegaron por las urnas abandonan la ruta democrática y se asumen representantes del pueblo. Bajo esa ilegítima licencia hacen y deshacen a su antojo.
La fórmula la ensayaron otros, incluso algún europeo que ordenó la formación de una fuerza militar que se llamaba “Ejército del pueblo”, un órgano juzgador de nombre “Tribunal del pueblo” y un vehículo conocido como “auto del pueblo”. En alemán, Volkssturm, Volksgerichtshof y Volkswagen, respectivamente.
Un Estado moderno debe ser un espacio para todos sus habitantes. Con un gobierno sometido a la razón y la democracia. Donde el concepto de pueblo se sustente en la totalidad que pregonaba Juan Jacobo Rousseau y su cohesión sea producto de un pacto social.
Se equivocan quienes ven en los opositores enemigos y traidores. La misión de un estado racional es la construcción del bienestar en un ambiente de concordia, pluralidad y respeto. En el caso particular se requiere paz. Lasverdaderas amenazas para México son la delincuencia y la permisividad.