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Pausas… Lupita

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Por: Red Crucero

Publicado el 29 de agosto de 2024

En la vida, como en la muerte, las palabras se entrelazan con el destino, “la pausa” emerge como un suspiro.  

O como los mismos puntos suspensivos… «Pausar» —dijo nuestro presidente— como quien sugiere detener el tiempo, congelar el instante entre el inquilino de Palacio Nacional y el embajador de un sueño americano.

¿Una pausa diplomática?  La Suprema Corte de Justicia, por primera vez en su historia, suspendió su sesión, “una pausa” en apoyo a los trabajadores del Poder Judicial, por la reforma que está en puerta. ¿La gran pausa de la justicia? 

Pero ¿Qué es una pausa? Cuando la vida se apaga, cuando la muerte nos arrebata a alguien, nos aferramos a la idea de una pausa, no un adiós definitivo.

Pensamos, o quizás deseamos, que es solo una interrupción temporal, con la esperanza de un reencuentro en alguna otra dimensión.

Así tal vez lo piensa Magaly, mi concuña, quien acaba de despedirse de su madre, Lupita. 

Lupita, una mujer que, a pesar de su edad avanzada y los embates de su salud, aun sonreía.

Le gustaba bailar, era de buen comer y tenía sazón al cocinar. Superó la pobreza de su infancia y la soledad de la viudez, sacando adelante a sus hijos. Era, sin duda, una mujer resiliente, que enfrentó con valentía las adversidades. 

Pero la diabetes, implacable, no le dio “pausa”.

La enfermedad la dejó sin vista, y aunque su cuerpo comenzó a flaquear, nunca perdió su sonrisa.

Sin embargo, cuando llegó el momento de amputar su pierna, su espíritu empezó a desfallecer.

No alcanzó a someterse a esa operación; sin decir adiós, su cuerpo cansado se rindió, liberando su espíritu en un vuelo eterno, dejando a sus hijos en una pausa… 

Mientras escuchaba la voz serena de Magaly al otro lado del teléfono, relatando la partida de su madre, mi mente viajó en el tiempo, a mi propia infancia.

Recordé cuando, a los nueve años, vi a mi padre enfrentarse a la misma enfermedad, con una gangrena que reclamaba su pie. 

Cuando le informaron que le amputarían toda la pierna, su corazón decidió hacer una pausa definitiva, deteniéndose en seco, cediendo a un infarto. 

Colgué el teléfono y sentí en mis ojos una lluvia ligera y salada.

Reflexioné sobre lo fácil que es aferrarse al dolor, al sufrimiento, mientras a menudo nos olvidamos de la alegría.

Decidí entonces imaginar a Lupita en el cielo, donde el tiempo no se detiene, y en lugar de pausa, hay un eterno baile de felicidad.

Allí, Lupita escucha la música que siempre amó, y al encontrarse con sus padres, la alegría es infinita.

Y en ese cielo, el mismísimo Pérez Prado le canta un mambo: «¿Qué le pasa a Lupita? No sé. ¿Qué es lo que quiere la niña? Bailar. ¿Qué dice su papá? Que no. ¿Qué dice su mamá? Que sí. ¿Qué baile Lupita? Sí, sí». Baila Lupita, ahora con luz y sin pausas…

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