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Sin acentos ni comas

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Por: Red Crucero

Publicado el 5 de agosto de 2024

Quienes pertenecemos a la generación X, aprendimos en la escuela lo mínimo aceptable de gramática en español.

Sintaxis, semántica, ortografía.

Se consideraba importante, y así nos lo enseñaron, poder redactar un texto después de haber leído sobre algún tema encargado por nuestros profesores.

Usábamos signos de puntuación, mayúsculas y minúsculas, y leíamos en voz alta con entonación adecuada.

“Siempre m antes de la b, como en embotellamiento – decía mi maestra Rosalba.

“Todas las palabras que terminan con “sión” llevan acento en la última sílaba, como comprensión, me enseñó la maestra Paty. Es distinto “ay” de exclamación, que “hay” del verbo haber, que “ahí”, adverbio de lugar.

Algunos locos, como yo, nos volvimos casi puristas con la ortografía, detectamos con “antenitas de vinil” errores u omisiones en su uso.

Pero todo ha cambiado. Las nuevas generaciones no sólo no conocen las reglas, sino que además han distorsionado en parte su uso, belleza y significado.

Y es que, el lenguaje, es una manera de comunicarnos, de expresarnos. Hablamos, escribimos los pensamientos, aquello que vive en nuestras mentes.

Elocuentes o no, se escriben discursos que rigen el ritmo de la vida de todos los tiempos.

Así, el hombre ha contado la historia del mundo, desde un simple jeroglífico hasta volúmenes enteros de textos en los que se explica todo.

Cómo las civilizaciones se fueron formando, cómo los pueblos se liberaron de sus opresores, cómo surgieron los héroes del mundo, cómo se conquistaron nuevos mundos, cómo se originó el horror de la guerra, pero también cómo se representó al amor en palabras, cómo se escribieron historias de esperanza y resiliencia, cómo la poesía le cantó al amor.

La palabra escrita es parte de la identidad de los seres humanos.

En ella descansa su búsqueda de la trascendencia, el mensaje divino de los Dioses, la nostalgia de los años pasados y la emoción por los tiempos venideros. La palabra escrita fue arma de caballeros que conquistaron amores imposibles.

En los tiempos en los que Trump puede ser presidente por segunda vez y el reggaetón llena estadios, ya nada parece asombrar a nadie.

Y nuevamente, el lenguaje cobra importancia. ¿Cuál es el mensaje que “llama” a la gente? ¿Cuáles son las letras que llenan los acordes de la música? Y no, no solo es eso. Los escritores de guiones y libros, cuyo material son justo las palabras, corren peligro de desaparición.

Con la llegada de la IA en todas las esferas posibles de la vida, el pensamiento del hombre parece estar perdiendo relevancia.

¿Hacia dónde vamos? El dilema es grande, mucho más allá de lo que muchos quisiéramos aceptar.

Si a mi hijo mayor de secundaria le resulta más sencillo usar el “corrector inteligente” de Google al redactar un trabajo escolar y mi hijo de 6o de primaria se “cansa” de “investigar” en más de dos o tres fuentes un tema, los signos de interrogación salen de mi cabeza como dardos.

¿Qué tan bien o mal hago yo en tratar de forzarlos a hacerlo “a la antigua”?¿Cuáles son las implicaciones de haber perdido el interés por el manejo correcto del lenguaje?¿Puede la ética aparecer en esta nueva pelea con alguna ligera esperanza de obtener la victoria?

No lo sé. Me resulta a veces difícil este tránsito hacia lo nuevo.

Parece lógicamente que me estoy haciendo vieja, que las ideas que salen de mi mente son “obsoletas”, “poco modernas o adaptables” al mundo de hoy. Y así, querido lector o lectora, es que se repiten todos los ciclos de las luchas entre generaciones, y la brecha parece poco a poco, hacerse  más grande.

Entre mi amor a la palabra y el amor a mis hijos, por supuesto, elijo el segundo; pero vive en mí la esperanza de que, en su formación, crezca también en ellos el respeto, al menos, a una de las formas más maravillosas que el hombre ha encontrado para esquematizar las ideas que surgen del cerebro humano: el lenguaje.

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