El señor aquel va con su esposa al zoológico; muy guapa la señora, debo decir, y en muy excelentes carnes.
Pasean por varios lugares y al final llegan a la jaula del orangután, que cuando ve a la señora se pone como loco, se balancea, se agarra de los barrote y emite ruidos… ¡emocionado el chango!
El bato le dice a la esposa…
-¿Ya viste?… ¡el chango enloqueció por ti!
«¿Tú crees?»
-¡Claro! mira… a ver… enséñale un poquito la pierna.
La mujer lo hace y… ¡mofos!, el orangután salta como loco, se columpia… se agarra de los barrotes y saca la trompita por entre las rejas… ¡emocionado!
-¿Ya viste?… ¡está loco por ti!
«¡Ay qué cosas tan raras!… ¿le enseño más a ver qué hace?»
-Sí… descúbrete el hombro.
La mujer lo hace y el chango hasta maromas echa… ¡excitadísimo!… grita… corre… se golpea el pecho.
El bato ya encarrilado le dice…
-Ándale… ya por último enséñale un pedacito de la chichita…
«¡Ay no… qué pena!»
-Ándale… así nomás, rapidísimo… cosa de un segundo.
La señora lo hace y… ¡Jijos!, el chango ya desesperado agarra los barrotes y los dobla… ¡se sale de la jaula y comienza a perseguir a la mujer!
La pobre señora desesperada corre y le grita al marido…
«¿Dime qué hago… dime qué hago?»
-Dile como a mi… ¡que te duele la cabeza!
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