El jefe aquel era bastante especial, cada vez que daba una orden exigía que se cumpliera tal como él la había expresado.
Si alguien le preguntaba el porqué, simplemente respondía:
¡»Por mis huevos!»
Un día en una junta, el hombre rechaza o aprueba algunos productos que iban a lanzarse en la cadena de tiendas que dirigía:
«Señor, tenemos guantes de seda para fiestas o eventos especiales».
-¡Por mis huevos!… no señor, eso ya no se usa.
«Señor, tenemos fundas para celulares en colores fosforescentes».
-¡Excelente… a la tienda de inmediato!»
Así revisaron más de 800 productos, ya el hombre estaba harto y cansado…
«Señor, solamente falta un producto».
-¡Por mis huevos!… ya no quiero saber nada… ¡por mis huevos!
«Pero es que…»
-¿No escucha?… ¡dije que por mis huevos!
«Bueno, si usted dice… es alambre de púas».
-¡Por mis hue…eee…eeee no!… por mis huevos no… ¡a la tienda… a la tienda!
—
El Gran Negro José, primer colaborador de esta columna… aquí encontré alguna de las hojas en las que llevaba sus chistes y se los dejaba a La de Rojo, para que me los hiciera llegar.
Chequen éste…
Un bato traía un sobrepeso bárbaro… ¡era un tremendo mastodonte!
Pero curiosamente su apodo era muy extraño, le decían el Juan Diego.
¡Achingá!… ¿Por qué el Juan Diego?
«Es que cuando se casó, en la noche de bodas… ¡dejó una virgen estampada en la sábana!»
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¡Ámonos!