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México: en los ojos de la tía Yuyis 

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Por: Red Crucero

Publicado el 29 de noviembre de 2024

Hace unos días caminaba junto al río, donde la alfombra de hojas caídas de los nogales y el murmullo del agua regalaban algo de paz.

Tara y Luna, mis mascotas, correteaban cerca, mientras yo compartía este momento con dos personas muy queridas: Keya y la tía Yuyis. 

La tía Yuyis, hermana de la mamá de mi esposa Isa, tan peculiar, es un puente vivo entre mundos distintos.

Nació en México, pero hace más de cuarenta años emigró a Japón, el país del Sol Naciente, siguiendo el amor.

Se casó con un hombre tranquilo y sereno: Keya, de nacionalidad japonesa.

Yuyis es una mujer delgada, de ojos grandes que, con los años, parecen haberse moldeado sutilmente al ambiente oriental; ahora se le ven un poco rasgados.

Vive inmersa en la filosofía japonesa, pero también ha abrazado las enseñanzas milenarias del Ayurveda, esa tradición india que predica el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu. 

Sin embargo, lo que más me llama la atención de la tía Yuyis no es solo su adaptación a estas culturas tan distintas a la nuestra, sino la manera en que mantiene un pie en México.

Lo hace a través de la Virgen de Guadalupe y de la religión católica que le inculcaron en su infancia en tierra mexicana.

Es un crisol viviente de filosofías y religiones, un ejemplo de cómo los seres humanos pueden encontrar armonía entre tradiciones tan aparentemente opuestas. 

Mientras caminábamos, Yuyis observaba los alrededores con una calma casi meditativa.

Su voz suave me interrumpió de pronto: ¿Y aquí, en Nuevo León, hay seguridad?

La pregunta me tomó por sorpresa.

Es la gran interrogante de los extranjeros, esa que siempre pone en aprietos. “Aquí hay tranquilidad, sí… pero, ¿es seguro?”, pensé.

¿Cómo responder sin tergiversar? Finalmente, opté por una verdad a medias: Aquí, gracias a Dios, no pasa nada.

La violencia está entre ellos, los criminales.

Quizás la tía Yuyis entendió más de lo que mis palabras quisieron decir.

Su rostro, sereno como siempre, no expresó juicio, solo reflexión. Supongo que en su mirada convivían los recuerdos de un México más seguro, el que dejó hace décadas, y la realidad que escuchaba ahora. 

Avanzamos por el sendero cubierto de hojas mientras las mascotas jugueteaban entre los troncos.

Nos detuvimos a observar un grupo de patos en el río.

Uno de ellos estaba anidando, quieto, como esperando la vida nueva que pronto saldría de los huevos.

Fue un contraste sublime con lo que acabábamos de hablar.

La naturaleza seguía su curso, ajena al caos que los humanos provocamos en nuestras sociedades.

Al final, la tía Yuyis recogió un puñado de hojas caídas y nueces de los nogales que nos regalaba la naturaleza y dijo algo así:  

La naturaleza siempre encuentra equilibrio. Nosotros deberíamos aprender de ella.

En su comentario resonaban Japón, India y México. La filosofía milenaria de Oriente, tan centrada en el balance, parecía dialogar con nuestra tierra mestiza, de creencias fervorosas y contradicciones profundas. 

Al final del camino, recordé el famoso dicho de “abrazos, no balazos” y me pregunté qué tan lejos estábamos de esa utopía. Pero lo que más me asombró fue cómo esos ojos redondos de la tía


Yuyis, que se mimetizan con los de su esposo Keya y se vuelven un poco rasgados, encuentran con sabiduría otra mirada de nuestro México.  

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