Amaneció con ventisca… El norte, decían los viejos.
Las ramas del framboyán sacudían como brazos de un gigante que espantaba el jején que le molestaba el rostro.
Miré por la ventana… medio clareaba; en peligro y no me mandaban a la escuela.
Escondía el rostro y me hice ovillo bajo la colcha…
Pero no alcancé a pegar pestaña…
«Negrito… flaco… empieza a sacudir el esqueleto, que ya es hora».
Hice otro intento: Fingí dormir profundamente y temblé de frío.
Mi madre se alejó rumbo a la cocina…
La madera de las paredes de la casa crujía al embate de la ventisca… paré el oído.
Mi Má Linda platicaba con alguien.
Me levanté de la cama de puntitas para acercarme a la parte en que el galerón de la casa se dividía en sala… dormitorio y más allá la cocina.
Era la tía Macri… la güera…
-¿Entonces no va?
-No manita… hace mucho viento y frío… además orita que lo fui a levantar estaba temblando.
¡Chido!… mi super actuación la convenció.. soy un actorazo.
Celebré con dos brinquitos con el puño levantado.
Entonces una voz a mis espaldas interrumpió mi celebración.
«¡Qué bonito baila mi niño en calzones!»
Mi Má Linda dio la vuelta al galerón y entró por la puerta de enfrente.
¡Frito estoy!
«Vámonos a la escuela para que sea un niño sabio y luego un muchacho triunfador y no tenga que vivir en esta pobreza… ¡y para que me haga una casa!»
Dejé caer los brazos…
Caí en la trampa como guajolote en la olla de mole.
Cuando estaba listo para partir a la Tello, mi escuela querida, mi madre me dio la bolsita de lonche.
El viento aún bramaba afuera…
«Por valiente para ir a la escuela, hoy le hice de lonche sus enchiladitas de pipián».
¡Música para mis oídos!
Cuando caminaba hacia el arroyo de las Balsaminas, en vez de ser un hilacho escuálido que bailaba involuntario al compás del ventarrón, era un gladiador romano que desafiaba al viento desde su carruaje imaginario.
Y el premio por llegar al destino eran unas enchiladas de pipían..